LA COMUNIDAD DE LA CIÉNAGA. En la frontera con Bolivia, la pequeña localidad de la Ciénaga vive del campo y para el campo. Junto con Peñas Blancas, la aldea más cercana, se dedican al cultivo de maíz, a los chivos y a las llamas. Son muchos los rostros y las historias que podrían formar parte de la película. Rescatamos a Don Narciso, el hombre más anciano, fue comunero durante mucho tiempo y ahora lo es su yerno. Vive para trabajar. No puede concebir estar quieto a pesar de que le duelen las piernas y los pies. También doña Hilaria, de más de ochenta años, vive para sus animales. Prácticamente no ve, pero lo sabe todo y se cuida de todo. Igual de generosos y de trabajadores, Don Tomás y doña Valentina hacen que Peñas Blancas siga viva. Sobre todo en Carnaval. Su casa se convierte en una fiesta.
DOÑA FAUSTINA. Entre Cusi-Cusi y Coranzulí. En una estancia enclavada en las rocas, está siempre pendiente de sus llamitas. Lo único que tiene. Siempre cuenta que con nueve años logró asustar al puma a pedradas para evitar que se comiera alguna llama. Es de las pocas personas que sabe el 'canto de las llamas', un canto en quechua que se reserva para 'La Señalada'. Se pasa el día tejiendo entre los animales. Vive sola pero está rodeada de otras mujeres pastoras que, como ella, optaron por la vida solitaria del campo.
DON IGNACIO. Es un hombre afable, de buen comer y buen tomar. Hermano del comunero de Coranzulí, como siempre está de viaje, Ignacio ejerce su cargo. Amante de la copla y de las tradiciones es también un hombre de negocios. Siempre busca la forma de progresar. Es sumamente devoto. Con su mujer visitan la virgen de Atacama cada año. Uno de sus deseos sería visitar la de Francia.
DOÑA CLEMENTINA. De semblante serio y gesto severo. Pero cuando toma confianza, es sumamente cariñosa. Incluso risueña. A sus trece hijos los ha educado con libertad. Se pasa el día trabajando, acompañada de la Rocío, la vicuña que domesticó. Cocinera de vocación, se pasa el día entre ollas. Tiene el sueño de poner un restorant en Coranzulí. Otra de sus pasiones es la copla. Aunque incluso por carnaval, lo primero es el trabajo.
JOAQUÍN es un niño sumamente despierto y cariñoso. Es el nieto de Ignacio y Clementina. Sólo tiene un año menos que Saraí, su tía. Joaquín vive en Abra Pampa pero los veranos los pasa en Coranzulí. Siempre que puede visita a sus abuelos. A él le gusta el campo, el río, los animales. Es igual o más curioso que Saraí. Ambos son niños muy vivos, llenos de alegría.
SARAÍ es la niña de los ojos de su madre, quizás por ser la pequeña de 13 hijos. Es lista, viva, inocente pero perspicaz. Su mirada está llena de picardía. Es buena en los estudios, como su hermana mayor. Ahora que sus hermanas se fueron a estudiar a Jujuy y la Quiaca, Joaquín y su amiga del alma. Es buena cantora, como su madre, pero pocas veces lo hace en público. Le puede la vergüenza.
DOÑA MARÍA MÁXIMA RAMOS. Sonrisa sincera, expresiva. Su rostro es el espejo de su persona. Coplera, poeta y gran conocedera de la cultura de sus ancestros. Ya tiene más de 70 años y trabajó de enfermera ambulante, a caballo, por la puna. Eso la hizo conectar con los conocimientos curativos que le transmitió su abuela (una reconocida chamán de la quebrada). Tras años de recorrer la puna de día y de noche, decidió dedicarse a la docencia de su cultura, enseñando a tejer y recuperando la lengua quechua y la cultura de la quebrada en la escuela. Mantuvo la tradición coplera de sus padres presidiendo la cuadrilla de la que forma parte toda su familia. Se separó de su marido cuando era joven y educó a sus tres hijos prácticamente sola. Ahora vive con Asunción en la quinta de sus abuelos. Fuerte, sensible, inteligente y política y culturamente activa, María es una líder nata. Pero los años empiezan a pesarle.
DON SOSA Y DOÑA SORIANO. Puesto sey. Don Sosa es campesino y hilador. Siempre lleva un sombrero de cowboy puesto -excepto para comer-. Sus ojos brillantes descubren el niño que hay en él. Ama pasear por los campos y goza de las mañanas a solas en una caseta en medio del campo donde teje. Doña Soriano tiene 63 años, campesina y tejedora, sonrisa honesta, pelo casi blanco, mirada inocente y triste a la vez, de quien ha sufrido. Tras separarse de su primer marido, con Don Sosa por fin ha encontrado la calma. Es una mujer que genera una gran ternura. Es pura generosidad y afecto.
DON VICENTE Y DOÑA IRENE. Don Vicente tiene sesenta y cinco años. Es ganadero y colabora con la Fundación Altiplano tanto como artesano como de guía para expediciones al Parinacota. Así nos conocimos. Es inquieto y sufridor. Siempre tiene algo por hacer y siempre siente que va tarde. Cuida de los otros más que de sí mismo. Pocas veces descansa. Es un hombre práctico. Sin demasiadas creencias. Aunque muchas veces se lamenta de no saber hablar aymara. Es el idioma de sus abuelos pero nunca se lo enseñaron. Más bien se lo ocultaron. También es el caso de Doña Irene. Ella es más tranquila. En este sentido se complementan. Tejedora y ganadera, labores heredadas de su madre. Siempre se acuerda de ella, de las historias que le contaba. Todo lo aprendió de su madre y de su abuela. También se acuerda de sus hijas y nietos. Viven todos en Arica y apenas encuentran tiempo para visitarles. Dice que no le quedan muchos años en el campo. Se hace mayor y le duelen los pies. Tiene una sonrisa hermosa, llena de ternura. Es amable, callada, cercana y cariñosa. Le encantan los animales y descansar al sol.
DOÑA REINA. De origen boliviano. Está casa y tiene dos hijos que viven en Bolivia. Con su marido se turnan para que siempre esté uno en Rinconada y el otro en Bolivia. Cuidan de la estancia vecina a la de Don Vicente. A pesar de que las llamas no son suyas, vive preocupada por ellas. Se despierta cada día a las 5,30pm y empieza a trabajar. Tiene unos cincuenta años, Muy orgullosa de su identidad indígena, habla quechua y aymara y le encanta contar cuentos y leyendas que aprendió de su madre. De mirada inocente y brillante, es risueña, expresiva.
DOÑA JUANA. De origen boliviano. Vive en la Rinconada desde que era joven. Tiene casi sesenta años, vive sola en una casita en medio de la nada, acompañada de sus llamas y de sus dos perros. Tiene la casa llena de charqui. Sigue con las costumbres tradicionales. Habla quechua y aymara. Viste con colores vivos. Tiene la mirada triste. Sonrisa infantil. Es divertida y extremadamente generosa.