Francisca y sus pasiones: ¿Qué puede un corazón?

Cuando se cumplen 40 años de su estreno, y a pesar de estar ambientada en el s.XIX, la revisión del amor romántico, la amistad o la masculinidad que Oliveira construye en FRANCISCA es muy actual. Con temas que continúan interpelando hoy en día: las relaciones tóxicas, la responsabilidad afectiva, la atracción persuasiva entre los protagonistas masculinos o la sororidad entre mujeres.

Serge Daney, “Que peut un coeur?”, Cahiers du cinéma, no. 330, diciembre 1981

Asistimos al nacimiento de una pasión. Comienza una cuenta atrás con ese reto. Uno de esos retos que uno lanza, como provocación, a su mejor amigo. Que uno solo lanza a su mejor amigo. Como si hubiese que ser dos para amar a una mujer. Oliveira, aun tratando el romanticismo portugués, es un cineasta del románico. Sabe que si “uno siempre se equivoca” y que si “la verdad empieza al ser dos”, hacen falta tres para compartir un crimen, para articular deseo y pasión.

En FRANCISCA, el deseo une más bien a los dos hombres (será reprimido) y la pasión ata a uno de esos hombres a una mujer (pero el movimiento de la pasión es infinito). Todo separa a los dos (jóvenes) hombres y, por eso mismo, se fascinan uno al otro. ¿Qué puede vincular a un joven escritor pobre y a un joven aristócrata ocioso? El primero escribe para vivir e instalarse en la buena sociedad de Oporto sobre la que ya se pronuncia con bastante aspereza: él la desprecia (pero la envidia), ella lo desprecia (pero empieza a reconocerlo, pues se trata de Camilo Castelo Branco, el futuro autor de Amor de perdición, ya adaptado al cine por Oliveira). El segundo, José Augusto, no tiene deseo propio: rico, no tiene nada que ganar, solo puede perder. Camilo le dice con crudeza “Amas por orgullo, amas el lujo de amar”. Para los pobres el deseo, para los ricos, la pasión. El deseo es producción, la pasión desperdicio.

Al principio de esta pasión, se da una permuta. Traduzcamos: José Augusto viene a decirle a su amigo: esta mujer que no te quiere (o sea: que no es para ti), pero cuyo amor sitúas tan elevado, voy, yo, a lograr que me ame; pero no la poseeré, ella será desgraciada y de esta forma nos vengaré. A ti por no haberla tenido, a mí por solamente desearla a través de ti. “Producir un ángel en la plenitud del martirio” es, de manera brusca, el programa de mínimos que, en nuestra sociedad, legitima toda alianza exclusivamente masculina. La negación de la relación homosexual y la humillación de la mujer producen la Mujer, o lo que suele ser lo mismo, un ángel (a veces un ángel azul). Pero también imágenes, stars, madonas como se fabrican e intercambian a menudo entre los católicos (veamos como ocurre esto en Buñuel).

Pero a continuación se da un accidente. La mujer no se corresponde con la descripción. Hay un error en la persona. Francisca, con su carácter dulce, es igual de cínica y amoral que José Augusto. Al inicio del intercambio, interrogada por Camilo, deja caer como por descuido y en dos ocasiones: “El alma es un vicio”. Por su parte, José Augusto resume el terrible destino al que se aboca: “Cenizas en vez de deseo. Conciencia en vez de pasión”. Determinación fría, sin objeto. El accidente es que José Augusto y Francisca son iguales (...) Las armas de uno puede utilizarlas el otro, volverlas en su contra. Transforman su desgracia en sufrimiento, su renuncia en victoria: hacen todo por tener la última palabra.

(...)

En el deseo, el mayor problema es que nunca sabemos bien qué es lo que el otro quiere. Es ese no saber lo que hace desear todavía más. Lo que cuenta en la pasión es lo que el otro puede, de lo que él/ella es capaz. He indicado rápidamente (pero toda la película posee la concisión de un teorema) cómo FRANCISCA parte de las trampas del deseo (José Augusto quiere anular a Camilo simulando realizar su deseo) para terminar forzando la pasión.

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