A finales de 1944, Japón está perdiendo la guerra. Hiroo Onoda, tras haber recibido una formación especial en la escuela de Nakano, en Futamata, para llevar a cabo una guerrilla, es enviado a la isla de Lubang, en Filipinas. Cuando el ejército estadounidense desembarca allí a finales de febrero de 1945, tanto él como otros soldados se repliegan en la jungla. Como suele suceder en este tipo de situaciones, forman un pequeño grupo para sobrevivir. El teniente Onoda se encuentra al mando y en convivencia con otros tres hombres: el cabo Shimada y los soldados de primera Akatsu y Kozuka. Aunque ha pasado mucho tiempo desde la capitulación firmada a principios de septiembre de 1945, y a pesar de varios llamamientos, no entregan las armas y permanecen en la isla. Ya solo, Onoda acaba por entregar las armas en marzo de 1974. La historia de este soldado llamado Onoda, que durante 30 años se negó a rendirse, se hizo célebre no solo en Japón —donde fue acogido como un héroe— sino también en otros lugares del mundo.
¿Quién es, pues, este Onoda? Vemos su rabia a la hora de vengar al hermano de armas atacado. Vemos su desprecio hacia aquellos a los que llama donkos, término peyorativo con el que designa a los indígenas. Lo vemos actuar con sus camaradas, quemar cosechas, robar y utilizar su arma contra los habitantes. Estos son hechos probados acerca de este soldado al que, paradójicamente, “salvaron” y recibieron como un héroe en Japón en 1974.
Esperado y anunciado, el regreso de Onoda fue un acontecimiento mediático por excelencia. Para empezar, fue tratado como un militar ejemplar por las autoridades filipinas y por el propio presidente Marcos, que le concedió el perdón por todos los crímenes que había cometido en Lubang. Su postura firme, su saludo militar tan escrupuloso y su mirada vivaz en el momento de su “rendición” impresionaron enormemente al público japonés. El 12 de marzo de 1974, a su llegada al aeropuerto de Narita, la multitud le esperaba. Su persona y su aventura provocaron una oleada de discursos. Para muchos, Onoda encarnaba valores como la valentía, la sobriedad, el orgullo o la fidelidad a una misión. En todas partes fue recibido en olor de multitud, recibió cartas de admiradores y apareció en televisión. Sus memorias, Luché y sobreviví: mi guerra de treinta años, aparecidas en agosto de 1974, son un best seller, que también se tradujo y se publicó en inglés.
Sin embargo, aunque llegó a haber una auténtica “moda Onoda” en Japón, también se alzaron algunas voces discordantes. Para una parte de la opinión pública, Onoda es una víctima de la educación militar y no es conveniente considerarlo como un héroe. El escritor Shohei Ooka, autor de libros como Hogueras en la llanura o Diario de un prisionero de guerra, subraya la responsabilidad del Estado japonés, tanto por la ausencia de una operación de salvamento como por los errores de una educación militar engañosa. También se pregunta por la orden recibida por Onoda de “quedarse en la isla y ejecutar su misión en todo momento y para siempre”. El escritor Akiyuki Nosaka, autor de La tumba de las luciérnagas y de Las algas americanas, también se muestra crítico. Según él, el malestar que pudo sentir Onoda en su propia familia, sobre todo en relación con sus hermanos, soldados brillantes, y con su padre, ayuda a comprender por qué decidió llevar su misión de guerrilla hasta el último extremo. Cree que las memorias de Onoda no son solo de su autoría y lamenta no encontrar en ellas ninguna mención a la responsabilidad del emperador. Esas críticas, que sería importante examinar hoy en día, permiten analizar el estado de la opinión que se expresaba en el espacio mediático consensual y controlado de la época. En 1977, Noboru Tsuda, periodista y autor en la sombra de las memorias de Onoda, escribe Héroe de la ilusión para revelar el proceso de fabricación de la autobiografía de Onoda.
El revuelo mediático a propósito de Onoda se calma tras su partida a Brasil en 1975. Vuelve de nuevo a Japón en 1984 para fundar la Onoda Nature School, con el fin de iniciar a los niños al arte de vivir en la naturaleza. En los años 2000, Onoda da que hablar como militante de un movimiento nacionalista, llamando a los jóvenes a ir al templo Yasukuni, santuario erigido para honrar a los soldados muertos, criminales de guerra incluidos. Tras su muerte en 2014, a la edad de 91 años, Onoda se muestra sobre todo como un símbolo, admirable a ojos de los conservadores nacionalistas y de ese Japón que no lamenta su pasado colonialista.