La primera vez que oí hablar de El trío en mi bemol fue cuando me propusieron dirigirla. El absurdo de que alguien me propusiera tal cosa sólo se explica por el hecho de que, como su autor, yo también dirijo películas o tal vez por el discutible afán de experimentación de los responsables (?) de este teatro.
El hecho de que disfrutara enormemente con la lectura de la obra de Rohmer sé que no justifica en absoluto la aceptación de tan descabellada propuesta, pero es que sucede que los directores de cine siempre nos quejamos del poco tiempo que tenemos en los rodajes para trabajar con los actores y, claro, la tentación de pasar mes y medio de mi vida ensayando con ellos sin que nadie te diga que llevas un día de retraso con respecto al plan de rodaje o que tienes que acabar la escena como sea porque esa noche hay que salir de ese decorado o que si ruedas un día más con tal actor hay que pagarle no sé cuánto más y que eso no estaba presupuestado, la tentación, repito, era demasiado grande.
En los diez años que llevo en el cine sólo estoy seguro de haber aprendido una cosa: que lo más importante para hacer una buena película es un buen guión y unos buenos actores. Lo demás es sustituible, incluido el director.
En El trío en mi bemol encontré además, todos los temas rohmerianos, ya presentes en su películas: el amor a la palabra, lo que incluye no sólo el amor a lo que se dice sino también a lo que no se dice y, que, sin embargo, se revela entre las líneas, al azar, la visión de las relaciones sentimentales como un juego, los sentimientos contados de forma púdica, elegante e irónica, pero presentes. Probablemente más que en el cine de Rohmer. Porque El trío en mi bemol es, antes que nada, una historia de amor, no tan lejana de algunas de las mejores comedias americanas, sobre todo de la “comedy remarriage”, es decir: de aquellas en las que el chico trata durante toda la historia no de conquistar, sino de reconquistar a la chica.
Bueno, el caso es que todo ello me hacía sentirme lo suficientemente cerca del material. Y decidí aceptar. Y subirme al tren. Porque algunos trenes sólo se pueden coger una vez en la vida. Y me parecía idiota desperdiciar la ocasión. Sobre todo si podía elegir tan buenos compañeros de viaje como Silvia, Santiago, Gerardo, José Luis, Eufemia… Y, de momento, no me he arrepentido. Cuando traduje la obra, mi admiración por ella no hizo sino crecer. Es sencilla, precisa, rica y, sólo en su superficie, ligera. Pero eso sí: sólo palabras sobre papel. He tenido que esperar a verla encarnada en dos de mis actores más queridos para descubrirla de verdad. Nada más. Espero que os guste. Si lo pasáis sólo la mitad de bien que nosotros haciéndola, creo que me perdonaréis la intromisión.
Texto introductorio de Fernando Trueba para la ficha de El trío en mi bemol en el programa del Centro Dramático Nacional.
© Foto: Juan Luis Jaén (Silvia Munt y Santiago Ramos durante la representación de la obra en Madrid).