Diario de rodaje de ‘Francisca’

El crítico de cine Serge Daney firma este magnífico texto sobre el rodaje de FRANCISCA en el número de abril de 1981 de Cahiers de Cinéma. Serge se adentra en el proceso creativo de la gran obra maestra de Manoel de Oliveira y una de las mas importantes cintas en la filmografía portuguesa.

Serge Daney, Cahiers du cinéma, no. 322, abril 1981

LA TOBIS, REVISITADA

Principios del 81. En los estudios sin calefacción de la Tobis Portuguesa en Lisboa, Manoel de Oliveira termina el rodaje de su nueva película: FRANCISCA. La mañana de mi llegada el equipo se encuentra preparando la secuencia 103, una de las más tristes del guion (la heroína está acostada, moribunda, y dice cosas terribles). La secuencia 103 coincide con el plano 103 porque la película está mizoguchianamente dividida según el principio de “una secuencia, un corte”. Se filma muy lentamente y en sonido directo (Jean-Paul Mugel) desde hace ya más de cuatro meses, en estudio y en exteriores. Es un rodaje-río que supera por veces al equipo, congelado pero paciente, consciente en cualquier caso de estar apoyando una película excepcional, la primera que Oliveira ha rodado desde hace mucho tiempo en un ambiente sereno. Los actores entran en calor en el Tobisbar, pequeño café restaurante escondido entre edificios nuevos. Los estudios de la Tobis han debido gozar de prestigio: hoy se rueda muy poco por razones de seguridad. Son un colador sonoro y meteorológico: cada vez que pasa un avión (el aeropuerto no está lejos) hay que detener la toma, por mucho que sea la buena. FRANCISCA está financiada al completo por el IPC (Instituto Português do Cinema), la oficialidad del cine portugués parece haberse convencido de una vez por todas de la existencia de un gran cineasta en su país. Ya era hora: Oliveira tiene setenta y dos años (aunque está en plena forma).

 

“TÚ ME AMAS, LO JURO”

FRANCISCA, según la inspiración de Oliveira, será una película románica (es decir, no- romántica). Su materia se hunde en la historia y la cultura específicas de Oporto (es decir, lejos de Lisboa). En esta ocasión se trata de un episodio de juventud de Camilo (Castelo Branco), autor de la novela Amor de perdición, episodio que la novelista Agustina Bessa-Luís acaba de narrar en una novela reciente titulada Fanny Owen. La acción transcurre en pleno siglo XIX, en Oporto, bajo los efectos de la independencia brasileña. Los actores pertenecen a esa franja de la juventud (más o menos) dorada que profesa, tanto hacia las mujeres como hacia la política, los puntos de vista más escépticos. Entre ellos, Camilo y José Augusto, su amigo. Una mujer, joven y bella, Francisca, irrumpirá como un tercero en su relación. Aunque de una manera muy retorcida, “a la Oliveira”. José Augusto seduce y secuestra después a Francisca para demostrarle a su amigo que es capaz de amar. ¿La ama? La abandona y la engaña. Ella busca consuelo, lo denuncia por correspondencia a un tercero y las cartas caen en poder de José Augusto quien, aun considerándose traicionado, toma a Francisca por esposa. Porque parece ser que la quiere. De aquí la frase genial (página 83 del guion): “¡Tú me amas, lo juro!”. No contaré aquí el final de la historia, pero el lector habrá comprendido que solo puede ser oscuro. No se puede comparar FRANCISCA con AMOR DE PERDICIÓN, pero ya sabemos que Oliveira no ha renunciado a explorar situaciones en las que todo gira en torno al deseo y su alienación, a la pasión y su apática exaltación.

 

UNA LOCURA DE PROYECTO

Cosa rara: Oliveira siempre está dispuesto a hablar de su trabajo. No como un autor henchido de su importancia, sino como alguien que experimenta curioso de saber cómo hacen los demás. La distancia relativa a la que se encuentra de todo el cine mundial no lo explica todo: hay en su caso una verdadera conciencia de artesano. Durante una comida en el Tobisbar, me habla del tema de FRANCISCA (un tema que le atañe personalmente: es pariente lejano de la protagonista), de la dificultad para encontrar una distancia justa entre cámara y actores, una distancia sin sentimentalismo, sin expresionismo, sin primeros planos, sin nada más que el sonido como contraplano. Le interrogo abruptamente sobre Portugal. Es un país, dice Oliveira, desconfiado, en donde se prefiere perder a ganar, porque ganar es arriesgarse a perder después. De aquí se deriva una ausencia de tragedia, una trivialidad vital. Le pido a continuación que me hable de una locura de proyecto para el que acaba de solicitar el apoyo del IPC. La descripción: “el día después del combate” de cuatro grandes batallas perdidas por Portugal en el curso de su historia. Estará Viriato vencido por los romanos, la “batalla de Toro” perdida contra Carlos V, la batalla de Alcácer-Quibir ganada por los árabes y, más recientemente, las guerras coloniales africanas. Es un proyecto muy costoso, admite Oliveira, habrá que utilizar al ejército portugués como figurante. Por fin tendrá así una misión.

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