A través de los siglos¹

“Durante los tres meses que pasamos juntos, montando día tras día los programas de Renoir, charlábamos constantemente mientras veíamos y volvíamos a ver todo nuestro material, y volvíamos a ver las películas de Renoir. (…) Una conversación interminable, en la que Jean decía: ‘El cine tiene que ser personal. Tienes que hablar de ti mismo’. Y yo le argumentaba: ‘No, no se trata de hablar de uno mismo, se trata de ficción, de inventar historias’. (…) Creo que los dos teníamos razón, como suele ocurrir en estos casos, porque, al final, Jean hizo películas autobiográficas que, muy a su pesar, se convirtieron en ficciones, mientras que yo inten- té hacer ficciones, pero un par de veces ocurrió que, en esas ficciones, muy a mi pesar, incluí ex- periencias más o menos personales. En el caso de L’Amour Fou, me di cuenta, por supuesto, pero en otras películas, solo mucho más tarde vi que hablaban de cosas que eran más secretas, sobre todo para mí” (Jacques Rivette)

Por Véronique Manniez-Rivette

Después de La mamá y la puta de Jean Eustache, Les Films du Losange restaura L’Amour Fou, de Jacques Rivette.

Durante mucho tiempo, y por diferentes razones, costó mucho poder ver estas dos películas atípicas. Jacques Rivette y Jean Eustache fueron amigos y colaboradores. En 1966, trabajaron juntos en el montaje de Jean Renoir, le Patron, película rodada para la serie de televisión Cinéastes de notre temps (Cineastas de nuestro tiempo), producida por André S. Labarthe y Janine Bazin.

1966 es el año anterior al rodaje de L’Amour Fou. Y aunque esta le debe mucho a Le Patron, así como a Jean Renoir y a todas sus películas, especialmente La carroza de oro, no cabe duda de que también le debe algo a Jean Eustache.

Jacques habló de su colaboración en una memorable conversación con Hélène Frappat publicada en La Lettre du cinéma en 1999²: “Durante los tres meses que pasamos juntos, montando día tras día los programas de Renoir, charlábamos constantemente mientras veíamos y volvíamos a ver todo nuestro material, y volvíamos a ver las películas de Renoir. (...) Una conversación interminable, en la que Jean decía: ‘El cine tiene que ser personal. Tienes que hablar de ti mismo’. Y yo le argumentaba: ‘No, no se trata de hablar de uno mismo, se trata de ficción, de inventar historias’. (...) Creo que los dos teníamos razón, como suele ocurrir en estos casos, porque, al final, Jean hizo películas autobiográficas que, muy a su pesar, se convirtieron en ficciones, mientras que yo intenté hacer ficciones, pero un par de veces ocurrió que, en esas ficciones, muy a mi pesar, incluí experiencias más o menos personales. En el caso de L’Amour Fou, me di cuenta, por supuesto, pero en otras películas, solo mucho más tarde vi que hablaban de cosas que eran más secretas, sobre todo para mí”.

Esas revelaciones permiten sueños con la película que podría haberse hecho sobre esos tres fascinantes meses de montaje. ¿Pasaron por allí amigos o amigas de los cineastas? ¿Se dejaba caer de vez en cuando Marilù Parolini?

Unos meses después de su primer encuentro, recogido en la película Crónica de un verano de Jean Rouch y Edgar Morin, Marilú y Jacques iniciaron un noviazgo que duró un año, de 1961 a 1962. Rompieron, pero siguieron siendo amigos y trabajaron juntos varias veces. Jacques me dijo que Marilú le había sugerido la premisa de L’Amour Fou.

En los últimos treinta años he visto muchas veces L’Amour Fou. En cada proyección, la he vivido de forma diferente. Con el tiempo, su crudeza se ha suavizado. A raíz de varias sesiones organizadas durante la restauración, y gracias a los textos que han salido a la luz recientemente, se me ha ocurrido, de repente, igual que una imagen aparece en una alfombra, que de principio a fin la película esboza un apasionante retrato de la “inclinación al mal” o yetzer ha-ra (ערה רצי). Esa fuerza vital que resulta fatal cuando no es contrarrestada por el yetzer ha-tov (בוטה רצי), se menciona por primera vez en el Génesis, al principio del capítulo dedicado a la inundación.

“El Señor vio cuán grande se había hecho la maldad del género humano en la tierra, y que toda inclinación de los pensamientos del corazón humano era solo el mal”.³

Imaginar el mal durante todo el día, los pensamientos malvados, las palabras rencorosas, la agresividad, todo eso son pieles de plátano sobre las que resbalamos cada día, la mayoría de las veces sin darnos cuenta. El mal (hara) emerge (yetzer) también en los celos, en el repliegue sobre uno mismo, en todas las formas de consumo compulsivo o cuando malgastamos energía en trivialidades... Muchos ejemplos que L’Amour Fou expone hábilmente.

Creo que la profunda modernidad de la película y su impermeabilidad al paso de las décadas tiene ahí una base sólida.

Otra de las principales cualidades de la película es la pureza con la que el director coge el toro por los cuernos, una pureza similar a la que “se buscaba ansiosamente en el judaísmo antiguo, como una forma de permitir que las fuerzas de la vida prevalecieran sobre las de la muerte”, en palabras de Catherine Chalier.

En una entrevista a Jacques Rivette, realizada por Yvonne Baby para Le Monde, y publicada el 2 de octubre de 1968, podemos leer:

“Pero ¿cuál era su función, en concreto? Intentaba ser alguien que incita, urge, coordina, trata de poner las cosas y los acontecimientos en movimiento, y posteriormente supervisar los procedimientos y simplemente dar un empujón a las cosas cuando resulta útil. Intenté apartarme el máximo lo posible, y eso es sin duda lo más convincente: cuanto menos intervienes, más parece que lo que ves es una proyección espontánea de lo que tienes más profundamente oculto. Es entonces cuando tienes la sensación de ‘aprenderte a ti mismo’, como si te miraras en un espejo que realmente desempeña su papel. De hecho, al decir esto, no hago más que repetir las palabras que usa Philippe Garrel para hablar de sus últimas películas”.

Pero el cineasta no habría podido vivir esta experiencia inédita si, para empezar, a finales del invierno de 1965, no hubiera vivido un gran impacto cuando asistió a una representación de Les Bargasses de Marc’O y su compañía en el teatro Eduardo VII. Era una producción que, a sus ojos, suponía una renovación revolucionaria del arte teatral. Trataba de la guerra, pero como si fuera un zumbido seguido desde un bar donde todo el mundo baila, y la obra también le dio la idea de los actores principales de la película que dirigiría dos años más tarde: Bulle Ogier y Jean-Pierre Kalfon.

El alfa y el omega de L’Amour Fou reside en el talento combinado de Bulle Ogier, Jean-Pierre Kalfon, Josée Destoop, Michèle Moretti de Célia, Maddly Bamy, Françoise Godde, Yves Beneyton, Dennis Berry, Michel Delahaye, Didier Léon, Liliane Bordoni y Claude-Éric Richard, los increíbles actores y actrices que llevan adelante la película.

Mientras dirigía esta película sobre la crisis en la relación de una pareja, complementada con un meticuloso estudio del acto de la creación, ¿percibía Jacques Rivette que también estaba planteando una interpretación y un comentario sobre un versículo del Génesis? A saber. Mientras tanto, entre los archivos de L’Amour Fou, metida en una carpeta azul que contiene sus notas preparatorias, hay una hoja de papel con el membrete de Rome Paris Films Carlo Ponti Georges de Beauregard, cubierta de notas garabateadas que incluyen, en el reverso, la clara mención de que Jacques descompuso la película, y la compuso musicalmente, en forma de misa en cinco cánticos (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Agnus).

 

LIZ (JANE BIRKIN)

SIEMPRE ME SORPRENDERÁS... SIEMPRE...

 


 

¹ “Viaja por los siglos sin detenerte en ninguno ni mirar atrás y contempla cómo se despliega el drama”. De Confidencial (1998), dirigida por Jacques Rivette, con diálogos de Pascal Bonitzer y Emmanuelle Cuau.

² La Lettre du Cinéma, números 10 (verano de 1999) y 11 (otoño de 1999). La entrevista se reprodujo en Jacques Rivette textes critiques (Post-Éditions, 2018) de Luc Chessel y Miguel Armas.

³ Génesis 6,5

⁴ Catherine Chalier, Pureté, impureté. Une mise à l’épreuve (2019)

⁵ Extracto de La bella mentirosa (1991), diálogos de Christine Laurent y Pascal Bonitzer, dirección de Jacques Rivette.

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