Miguel Ángel Rebollo sobre su trabajo con Lisandro Alonso

Lisandro Alonso, director argentino al que admiraba por películas como La libertad o Los muertos, contó conmigo para su primer trabajo rodado en España. Planificó la película en tres capítulos rodados por tramos; había comenzado con el final en México, debía continuar en España con el prólogo y en EEUU se rodaría la segunda parte. Después de rodar el segmento de Almería me invitó a participar en el que se rodaría con la llegada del invierno en Dakota del Sur.

Como todas las películas de Lisandro quería un equipo pequeño que pudiera responder a la libertad que busca en su trabajo temperamental e indómito. En Almería trabajamos en el mítico poblado de Sergio Leone que escogimos por su estado decadente y en el antiguo Cóndor ya en ruinas; hubo que construir el decorado de uno de los protagonistas e intervenir algunos exteriores, el salón y la pensión. Fue muy especial rodar con un director al que admiras y con estrellas como Viggo Mortensen y Chiara Mastroianni a la manera más clásica posible -filmada en celuloide en blanco y negro y en 1.33:1 con Timo Salminen como D.O.P., uno de los grandes de la fotografía en Europa. Para este prólogo rodamos un pequeño wéstern clásico a modo de introducción a la segunda parte de la película que había de rodarse con un carácter más documental con nieve en una de las reservas indias del norte de EEUU. Para este nuevo segmento de la película se había planificado un equipo más ligero debido a las condiciones climáticas en que habíamos de rodar a -26º. Necesitaríamos movernos con mucha libertad. Durante más de un mes trabajamos bajo el hechizo de la nación Oglala de los nativos de la reserva de Pine Ridge. Lisandro había escrito una sencilla ficción en la que seguíamos a una policía local en el día a día de su jornada y en su transición a una vida espiritual.

En la preproducción y el rodaje se sucedieron varios acontecimientos desafortunados y todo resultó mucho más complicado de lo que habíamos previsto, así que la improvisación en buena parte del rodaje fue la base del trabajo que cambiaba al capricho de unas condiciones climáticas extremas en el estado más pobre de EEUU donde la logística y los recursos son mínimos. En un proceso de producción tan calculado como es el cinematográfico, Lisandro supo beneficiarse porque en su predisposición está hallar la forma de que su cine no pierda libertad.

En esta ocasión con Mauro Herce –a cargo de la dirección de fotografía–, Eleonore Hendricks –directora de casting de los magníficos hermanos Safdie– y con la afilada dirección de actores logramos un realismo brutal en un entorno fantástico para que Lisandro pusiera una mirada aguda y postmoderna sobre la nación sioux y desde donde abordar la pérdida de la espiritualidad en la sociedad contemporánea.

Rodar con Lisandro es todo un viaje iniciático a un modo muy particular de hacer películas; si entras en su juego estás invitado a formar parte de una familia pirata que pasará de rodar el cine más salvaje en cualquier paraje inhóspito a la glamourosa alfombra roja de Cannes sin perder su identidad y valores.


© Miguel Ángel Rebollo, 2023

Una reflexión de Viggo Mortensen sobre Lisandro Alonso y su obra

No hay ningún director que se parezca a Lisandro Alonso. Incluso entre los cineastas cuya obra me parece que tiene algún parecido estilístico con la suya, o que puede relacionarse con ella por las cualidades narrativas de sus relatos. Directores tan variados como Carlos Reygadas, Albert Serra, Alice Rohrwacher, Apichatpong Weerasethakul, Béla Tarr, Lav Diaz, Alexander Sokurov, Tsai Ming-liang, o incluso Andréi Tarkovski o Robert Bresson, por ejemplo. Las películas de Alonso, sin pretensión alguna, son otra cosa. No hacen referencia a otras películas, ni parecen abiertamente autorreferenciales. Sus historias parecen crearse de forma natural, inevitable.

El ritmo y el significado de los planos que crea proceden, en gran medida, del espectador. Alonso presenta un momento de realidad autocontenida concreta y particular, y luego otro, y nosotros, que vemos cómo se desarrolla la historia, somos completamente libres de llegar a nuestras propias conclusiones narrativas. Más que ningún otro director que yo conozca, Alonso da al público la libertad y el estímulo tácito para que se implique en la narración.

Como actor en sus películas, es muy diferente ser guiado por él que ser dirigido por cualquier otra persona. Lisandro inculca un claro sentido de la libertad y la responsabilidad en sus colaboradores, a menudo sin hacer comentarios, sin pedir un resultado determinado, sino simplemente confiando en que cada miembro de su reparto y equipo entienda por qué está allí y lo que cada momento reclama de ellos individual y colectivamente.

Todo está abierto a la discusión, pero casi ninguna discusión es necesaria. También ayuda su sentido del humor y el gran afecto que siente por todos los que le acompañan en sus aventuras cinematográficas. Sientes su entusiasmo y curiosidad en todo momento; trabajar con él es contagioso y reafirmante. Su historia se convierte en tu historia.


Publicado en TEXTUR #6 LISANDRO ALONSO
© VIENNALE, 2023.
Traducción: Sílvia Grumaches para Atalante

Entrevista con Lisandro Alonso

«¿Es mejor vivir bajo un árbol viendo cómo cambia la luz a lo largo del día o ser una pieza del engranaje de la civilización occidental? Lo que está claro es que esta película cuestiona nuestra noción misma de progreso. Por eso recurro a un género con buenos y malos, blancos e indios. Porque nos retrotrae a una época en la que no había leyes ni figuras de autoridad. El jefe era el que disparaba más rápido. Y eso no ha cambiado mucho: los que mandan hoy, los que hacen las reglas y firman acuerdos furtivos, son los que desenfundan más rápido» (Lisandro Alonso)

Nota de Lisandro Alonso sobre ‘Eureka’

«Veo a las aves como portadoras de algún tipo de sabiduría desconocida para los humanos, milenaria y misteriosa. Algunas aves pueden volar hasta 12 días sin tocar el suelo. Doce días enteros, sin comer; durmiendo y soñando con imágenes cargadas de enigmas. Imágenes fantásticas sin conexión alguna, en las que los sueños duran poco, en las que se sueña solo unos minutos cada vez» (Lisandro Alonso)

Entrevista con Jacques Rivette

“Inicialmente, no queríamos hacer una película clásica o anticlásica. Con Jean-Pierre Kalfon habíamos hablado mucho de ello y estábamos de acuerdo en una cosa: hacer una película que, a pesar de la premisa inicial, no fuera psicológica. Para L’Amour Fou, quería reflexionar sobre ciertos métodos de creación de películas y, al mismo tiempo que pensaba en el tema general, empecé a fantasear también sobre estas cuestiones de método: todo estaba completamente relacionado. Era la primera vez que filmaba improvisando mucho e interaccionando realmente con los actores. Sobre todo, quería dejar de hacer el tipo de cine que había hecho hasta aquel momento. Cuando filmé La Religiosa, utilicé métodos de trabajo tradicionales y eso me aburrió mucho. Me dije a mí mismo que aquella no era, realmente, la forma adecuada de hacer películas. Lo emocionante fue crear una realidad que comenzó a existir por sí misma, independientemente de que la filmásemos o no, y a continuación, reaccionar ante ella como quien hace un reportaje sobre un evento, del cual solo preservamos ciertos aspectos, bajo cuestiones determinadas, siguiendo el azar o las ideas que tenemos, porque, por definición, el acontecimiento siempre desborda por completo, y por todos lados, la historia o el relato que se pueda hacer de él. Es, precisamente, el tipo de película que requiere la colaboración del espectador y solo tiene sentido gracias a ella” (Jacques Rivette)

A través de los siglos¹

“Durante los tres meses que pasamos juntos, montando día tras día los programas de Renoir, charlábamos constantemente mientras veíamos y volvíamos a ver todo nuestro material, y volvíamos a ver las películas de Renoir. (…) Una conversación interminable, en la que Jean decía: ‘El cine tiene que ser personal. Tienes que hablar de ti mismo’. Y yo le argumentaba: ‘No, no se trata de hablar de uno mismo, se trata de ficción, de inventar historias’. (…) Creo que los dos teníamos razón, como suele ocurrir en estos casos, porque, al final, Jean hizo películas autobiográficas que, muy a su pesar, se convirtieron en ficciones, mientras que yo inten- té hacer ficciones, pero un par de veces ocurrió que, en esas ficciones, muy a mi pesar, incluí ex- periencias más o menos personales. En el caso de L’Amour Fou, me di cuenta, por supuesto, pero en otras películas, solo mucho más tarde vi que hablaban de cosas que eran más secretas, sobre todo para mí” (Jacques Rivette)