Si un alma abandona un cuerpo para encontrar otro, ¿qué siente? ¿cómo suena? La última película de Lois Patiño (Lúa vermella, Costa da Morte) está dividida en dos: dos mundos, dos sistemas de creencias, dos experiencias y vidas interiores. Lo que las une es un hilo cósmico. La historia empieza cerca de una cascada milagrosa en el sudeste asiático y viaja a un pueblo pesquero en el este de África. Su ruta es un puente que no está en ningún mapa, y que quizás sólo el cine puede intentar trazar. Al público sólo se le pide que cierre los ojos y viaje con él.
En Laos, un joven llamado Amid atiende a una mujer moribunda y lleva su barca por el río Mekong. Un día conoce a un monje novicio, Bee An, que le pregunta por un libro que lleva. Amid le explica que es el Bardo Thodol, o Libro Tibetano de los Muertos, y que se lo ha estado recitando a la mujer. “Es un libro que alguien tiene que leerte”, dice Amid. Regresa junto a la mujer y la ve despedirse de sus pertenencias. La vida adulta de Amid comienza cuando la de ella está a punto de terminar. Le echa gotas de agua en la mano para despertarla. “¿Qué puedo hacer”, le lee Amid, “¿ahora que estoy muerta?”. Con un grupo de monjes del templo de Bee An, Amid viaja río abajo hasta las cataratas de Kuang Si. Mientras están allí, la mujer fallece.
Otra gota, otra mano. La historia se traslada a Tanzania, donde la niña Juwairiya se despierta con la noticia de que ha nacido una cabra. La llama Neema, palabra árabe que significa “bendición”. Juwairiya vive con su familia en Uroa, un pueblo en la costa orien- tal de Zanzíbar. Las mujeres cultivan algas y fabrican jabón, los hombres se dedican a la pesca. “La vida es cambio”, explica la abuela de Juwairiya. Hay regeneración en el aire.